La crueldad de las corridas:
No tengo inconveniente en que se clasifiquen a las corridas de toros entre las crueldades universales. Pero es necesario que sepa todo el mundo que el toro es una fiera. El día que la curiosidad mundial descubra ese pequeño detalle se hablará en otro tono de nuestras corridas de toros, deporte viril de una raza que hizo, de este planeta que habitamos, un paseo militar, como observó Rousseau, porque estaba costumbrada a jugar con la muerte entre los cuernos de los toros bravos. El toro bravo no sirve nada mas que para la emoción y la belleza de la creación artística a que da lugar: la lidia. Existe un principio teológico que afirma que el animal fue creado por Dios para regalo del hombre y cada cual debe utilizarlo a su gusto. Hay quien se lo come y hay quien lo torea.
En verdad, en la realización de las corridas de toros, la crueldad es vista y no vista. La educación artística de un individuo, de una sociedad o de una nación no puede improvisarse, es cuestión de siglos. Por eso España, país de artistas, presencia las corridas de toros sin dar importancia a la sangre derramada, porque está en juego, sobre todo, valores artísticos y vitales irrenunciables. El torero se juega la vida a cara o cruz sin mas ventajas que su inteligencia. Todas las ventajas son del toro. El toro dispone de la muerte y tiene la intención de utilizarla. El toro es la bala que viene derecha a matarnos. La virtud del torero es no asustarse de la muerte. La ciencia de la tauromaquia consiste en el arte de burlar la bala.
Hablemos mucho mas claro: antes de aceptar, sin mas, la crueldad de la corrida de toros, habrá que discutir sobre la guerra, sobre la caza, sobre el boxeo y otras muchas cosas que la cortesía me impide enumerar. Cuando la humanidad esté en un grado tal de civilización que no quede ninguna crueldad entonces sería cosa de hablar de suprimir las corridas de toros. Pero mientras los seres humanos hablen tranquilamente del número de hombres que cada nación puede matar en un momento determinado, hablar de la crueldad de las corridas de toros es ridículo. Dentro de las crueldades humanas no se puede tomar ni un pequeño detalle que compita en belleza con la realización artística del torero. Es verdad que muere el toro y que puede morir el torero. Pero, ¿cómo y por qué? El toro muere repleto de furia, de soberbia, de rabia por matar. El torero, en cambio, vestido de seda y oro, sobre el amarillo albero, bajo los rayos del sol, a cielo abierto, juega con la muerte que se le aproxima trazando círculos alrededor de su cintura. Matadores, toreros, hombres de los pueblos de España, ¿por qué váis hacia la muerte? Hacia ella por la gloria que es la ilusión que corre por la sangre, por el aplauso que es el premio de la locura. Cuando todas las posibilidades cierran al hombre del pueblo las puertas de la celebridad, salta al ruedo a jugar su aventura con la muerte, y muere, si es el caso, sonriendo contento, enseñando el arte de no morir, el arte de la vida.
El triunfo del pueblo torero:
Rechazada esta compasiva preocupación, digámoslo de una vez por todas, el toreo no es crueldad sino un milagro. Es la representación dramática del triunfo de la Vida sobre la Muerte, y aunque algunas veces, tal como en la tragedia griega, mueran el toro, el hombre y el caballo, el contenido artístico de la lidia brilla sobre el instante y perdura por los siglos. Es el pueblo el que quiere sere torero porque quiere vivir, es el que quiere torear porque quiere hacer milagros. Son sucesos que suelen registrar los poetas. Así, a la muerte de Joselito El Gallo le cantó Rafael Alberti:
Cuatro arcángeles bajaban
y abriendo un surco de flores,
al rey de los matadores
en hombros se lo llevaban.
Virgen de la Macarena,
míarame tú cómo vengo,
tan sin sangre, que ya tengo
blanca mi color morena.
y abriendo un surco de flores,
al rey de los matadores
en hombros se lo llevaban.
Virgen de la Macarena,
míarame tú cómo vengo,
tan sin sangre, que ya tengo
blanca mi color morena.
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